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Posts Tagged ‘motivación

No se construye igual sobre un suelo de roca, arcilla o grava. No se pinta lo mismo sobre lienzo, cartón o madera. La técnica es distinta si cultivas fruta, flores o productos de huerta. No entrena lo mismo el corredor de fondo, vallas, o cien metros. La rutina varía si se escribe novela, cuento o prensa. Arquitectos, pintores, agricultores, deportistas o escritores, cualquier profesional que se precie, adapta su método de trabajo al material con que cuenta, la herramienta que utiliza, el tiempo de que dispone o el objetivo que persigue.

¿Y los profesores, qué? Lee el resto de esta entrada »

Los edificios no pueden conseguir por sí mismos que los alumnos gradúen, ni hacer que se entusiasmen con la literatura, al estilo de Robin Williams en «El club de los poetas muertos». No pueden espolear al equipo de fútbol de la escuela para alcanzar éxitos inimaginables. Lee el resto de esta entrada »

He escuchado en la radio al doctor Joan Pere Barret, jefe del servicio de cirugía plástica y quemados del hospital Vall d’Hebron, de Barcelona, que ha realizado una operación de trasplante de cara de una dificultad técnica extraordinaria, sustituyendo más del 75% del rostro del paciente. Lee el resto de esta entrada »

Ando embarcado en este asunto de las TIC en el aula, la web 2.0, y todas estas cuestiones de las que nada sabía hace un par de años y ahora empiezo a conocer un poco. Lee el resto de esta entrada »

Mujer en el baño es el título de un libro de Manuel Rivas. El País publicó, hace algún tiempo, un texto extraído del mismo, cuya lectura considero imprescindible. Un buen amigo me lo ha recordado ahora, y quiero compartirlo con todos vosotros, precisamente hoy, el día en que los docentes Valencianos volvemos a salir a la calle para pedir que nuestra administración educativa nos tome en serio, y se tome muy en serio la educación.  Lee el resto de esta entrada »

William Glasser, psiquiatra norteamericano interesado en el estudio del comportamiento humano, y en cómo la educación contribuye a conformar en cada persona una manera determinada de ser, ha establecido una conocida relación que trata de explicar cómo aprendemos.

El 10% de lo que leemos
El 20 %de lo que oímos
El 30% de lo que vemos
El 40% de lo que vemos y oímos
El 70% de lo que discutimos con los demás
El 80% de lo que hacemos
El 95% de lo que enseñamos a otra persona

Esta tarde salíamos del instituto, finalizada la jornada lectiva, y una compañera que me ha escuchado muchas veces hablar de lo importante que resulta trabajar las tutorías de manera activa, me ha contado el cambio que ha notado en su grupo de alumnos desde hace algún tiempo; en concreto, desde que empezó a plantear la tutoría como un trabajo en equipo en el que, por ejemplo, dramatizan escenas breves sobre temas que les interesa: piensan de qué quieren hablar, seleccionan la idea más aceptada, proponen personajes y escenario, escriben diálogos, ensayan, ponen en escena, graban, analizan…

Asegura que encuentra a los alumnos más motivados, y no sólo en la hora de tutoría, sino en el resto de clases, en las que han disminuído las pérdidas de tiempo, las discusiones y enfrentamientos, y resulta más fácil trabajar con ellos.

Según me explica ha llegado al convencimiento de que lo mejor para conseguir que aprendan es dejarles «hacer cosas», y no sólo decirles cómo se hacen.

Al saber hacer, a la capacidad para aplicar lo que aprendemos, se le llama ahora «competencia». ¿Es necesario que alguien lo escriba en un texto pedagógico, o lo publique en una ley de educación para que nos lo creamos?

El sentido común y la práctica diaria nos demuestra que es así. ¿Por qué, entonces, opone el profesorado tanta resistencia a pasar del «leer, ver y oir»  con el que tradicionalmente hemos enseñado, al «animar a la acción», que parece que es lo que motiva, previene conflictos en el aula, y asegura mejores resultados?

He vuelto a disfrutar con la lectura de un libro que algún profesor de pedagogía me recomendó leer hace años, motivo por el cual siempre le estaré agradecido.  Se trata de «La vida en las aulas», de Philip W. Jackson, un texto clásico que desde entonces he considerado de obligada lectura  para todos cuantos nos dedicamos a la enseñanza.
Jackson, iniciador de la teoría del currículum oculto, realiza un análisis extraordinario de diversas cuestiones relacionadas con la vida en la escuela, y lo hace centrándose en cuestiones muy prácticas, alejadas de teorías pedagógicas basadas en la aplicación de tests u otro tipo de pruebas de laboratorio, de las que huye para centrarse en el conocimiento de lo que sucede en el día a día de las aulas.

– Concepto de obligación vs. voluntariedad
Se refiere a la escuela como una institución en la que no se está por propia voluntad, como tampoco uno decide ingresar voluntariamente en otras instituciones como la cárcel, un psiquiátrico, etc.
Considera que aprender a vivir en la escuela implica aprender a renunciar a los propios deseos, a saber esperar antes de que se cumplan, con el punto de frustración que esto implica si después no se ven cum plidos.

– La evaluación.
Analiza el papel del alumno como sujeto en permanente estado de evaluación: de su trabajo académico, de su adaptación a la institución, de sus cualidades personales, etc.
Es evaluado por el profesor de múltiples maneras y en diversas facetas, pero también lo evalúan sus compañeros, y se evalúa él mismo, lo que en determinadas circunstancias le hace ser consciente de su propio fracaso.

– La motivación.
Extrínseca: el alumno realiza las tareas pensando en el premio de las buenas notas y la aprobación del profesor.
Intrínseca: conseguir que realice las tareas de clase por la satisfacción que brota del trabajo mismo.

– La autoridad.
En la escuela es ejercida por el profesor, una persona extraña, que ejerce una autoridad restrictiva y preceptiva; a diferencia de los padres, personas cercanas que ejercen una autoridad restrictiva.
Los alumnos se ven sometidos de manera involuntaria a la institución y, en ocasiones, han de soportar la ira del profesor, que se manifiesta más cuando se trata de una violación de normas institucionales que cuando el alumno presenta problemas de aprendizaje.
Esta circunstancia lleva al alumno a desarrollar el hábito de desafiar a la autoridad y poner en cuestión el valor de la tradición, aspectos representados en la figura del profesor.

He encontrado una reflexión muy interesante sobre este tema y otros relacionados con la educación en  http://peuma.unblog.fr/2007/09/20/a-proposito-de-la-vida-en-las-aulas/, un blog que recomiendo, y cuya dirección tenéis también en mi Blogroll.

El sentimiento predominante en la relación alumnado – profesorado – familia es el de frustración.  Frustración del alumno, que no encuentra la manera de alcanzar los objetivos que se había propuesto, o no los alcanza en la medida que había imaginado; frustración del profesor, que a los pocos días de iniciarse el curso adivina que le va a ser imposible cubrir las expectativas respecto a su materia, o grupo de alumnos; y frustración de las familias que, por motivos diversos, justificados o no, ven defraudada la confianza que habían depositado en la escuela.

Este estado de frustración, casi permanente en determinadas personas o situaciones, genera desconfianza, tristeza, desánimo, y se convierte en el mejor caldo de cultivo para los problemas de convivencia de los que tanto nos quejamos en los centros. La agresividad explícita de muchos alumnos, o la contenida de algunos profesores son muestras claras de cuanto digo, ya que la reacción humana en una situación así es la de actuar contra la persona a la que consideras causa de tu frustración.

Por otro lado, la sospecha de que no se alcanzarán los resultados previstos puede hacernos abandonar la empresa, y restarnos motivación para iniciar actuaciones que reviertan la situación, generándose un círculo vicioso del que resulta difícil salir.

Para transformar esta frustración en motivación se me ocurren tres cosas, que no siempre son fáciles en un centro educativo:

1. Analizar con rigor las causas de la frustración, conocer los motivos por los que no se alcanzan las metas programadas, e intervenir para modificarlos, no continuar actuando de la manera que sabemos que no da resultado, aunque nos exija un esfuerzo extra por cambiar nuestra rutina.

2. Conseguir el acuerdo y la coordinación suficiente entre los implicados, para que las medidas que se adopten tengan alguna posibilidad de éxito. Las acciones individuales son heróicas en ocasiones, pero ineficaces casi siempre. Desarrollar estilos de trabajo en grupo, cooperativo, formar equipos de apoyo.

3. Buscar la manera de crear un entorno favorable; por ejemplo, promoviendo la participación en el centro de los distintos sectores educativos. El conocimiento mútuo ayuda a entender los problemas de cada cual, primer paso para conseguir apoyos para superarlos.

El próximo miércoles participo como ponente en un seminario sobre tutoría que organiza FOREM. Entre otras cuestiones, están interesados en que comente las diferencias en el ejercicio de la misma en primaria y secundaria.

Había preparado la ponencia basándome en un análisis centrado en características específicas del alumnado de una y otra etapa, pero creo que no me sirve. Es cierto que los alumnos son distintos en edad, intereses, motivación, actitud ante el estudio, capacidad de relación, etc., pero es el profesor quien decide por qué y en qué medida ha de ser diferente su trabajo como tutor.

Cuando alguien estudia magisterio está claro que sabe a qué se quiere dedicar, hay una intención clara por el ejercicio de una actividad profesional concreta; por el contrario, quien estudia derecho puede optar a la judicatura, opositar a notaría, montar un despacho, dedicarse a algún tipo de asesoramiento legal, etc. Igual sucede con otros estudios que, aunque en ocasiones no tienen una salida laboral fácil, sí permiten aspirar a otros trabajos distintos a la enseñanza. La intención con que se ha elegido estudiar una u otra carrera tiene importancia a la hora de afrontar el trabajo en una escuela o instituto.

Por otra parte, un maestro sabe que no le queda más remedio que ser tutor desde el primer día de ejercicio de su profesión, la única duda cuando llega a un colegio es si lo será de primero, tercero o quinto, pero no si podrá dejar de serlo.

El profesor de secundaria, por el contrario, sí tiene esa opción, y es bastante habitual que, si puede, elija no ser tutor. En los institutos suele ser frecuente adjudicar las tutorías a los compañeros que llegan nuevos, interinos, en comisión de servicio, e incluso a quienes tienen un horario a tiempo parcial.

Parece evidente que la motivación, en uno y otro caso, no será la misma.

Las funciones del tutor en primaria y secundaria son similares, por lo que en mi opinión el origen de esta interpretación diferente de la acción tutorial no está tanto en las características distintas del alumnado, a las que pueden adaptarse las actuaciones, sino a la intención y motivación con que los docentes llegan a una y otra etapa.

He impartido mi primera clase de educación para la ciudadanía en inglés, tal y como nos ordena el Conseller de Educación. Durante diez minutos he hablado del tema que previamente me había sugerido la profesora de sociales con la que comparto aula.

Mirando las caras de impotencia, desesperación, confusión y auténtico estupor de mis alumnos me he sentido ridículo. Desde hace varios años imparto cursos de formación para docentes en los que les planteo la necesidad de fomentar la participación del alumnado en las aulas como medida para prevenir conflictos, dinamizar las clases y conseguir una motivación mayor. Ya entenderán la extraordinaria contradicción con la que se me obliga a convivir.

Una alumna ha levantado la mano, no entendía nada, me ha preguntado por el sentido de explicarles algo que se supone que debían aprender de forma que les resultaba incomprensible, garantizando por tanto que jamás lo aprenderían. No he podido soportarlo, he cortado mi explicación, les he pedido perdón, y les he explicado en castellano por qué me veía obligado a hacerles lo que les estaba haciendo.

Es un día muy triste para mi y para todos los docentes que consideramos que la relación con nuestros alumnos, el intercambio de opiniones, la pregunta y la respuesta, la repregunta y la búsqueda de una nueva explicación es la esencia de nuestro trabajo.

¿Cómo van a confiar en alguien que deliberadamente les habla para que no le entiendan, que les hará un examen de algo que sabe que no han aprendido y que, llegado el caso, tendrá que suspenderles sin haberles dado opción?

¿Qué sentido tiene todo esto?, ¿Por qué alguien cuya misión es defender el sistema educativo se emplea con tanta saña en destruirlo?


Me apasiona la pedagogía, actividad a la que me he dedicado profesionalmente.
También me gusta opinar y debatir sobre temas de política y actualidad.
De estos dos intereses, y del deseo de no mezclarlos, aunque estén íntimamente relacionados, nacen estos blogs que te invito a descubrir, y en los que te animo a participar con tus comentarios.

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