La profesora invisible
Posted 18 octubre 2017
on: Tengo la costumbre, no sé si buena o mala, de añadir al convencional buenos días o tardes una pregunta retórica, «¿estás contento, eres feliz?», cuando saludo a compañeros y compañeras que me importan. La respuesta habitual suele venir acompañada de algún comentario gracioso, alguna broma, o algún suspiro profundo que a veces interpreto como un cariñoso «dame paciencia, señor, con este tío«.
En alguna ocasión, sin embargo, la contestación deja de ser intrascendente y hay quien aprovecha la insustancial pregunta para descargar tensión, o compartir preocupaciones, miedos, emociones.
«Pues, mira, te voy a contestar», me dijo hace unos días una compañera. «No estoy contenta porque, desde hace tiempo, me siento como invisible en el instituto».
Hablamos, creo que entendí a qué se refería y subí destrozado a clase. No era la primera persona que me comentaba algo así y, como en otras ocasiones, el comentario procedia de compañeros con una sorprendente capacidad de trabajo y una necesidad extraordinaria de poner todo su conocimiento, ideas y energía al servicio del alumnado y del centro. ¿Qué ha llevado a una profesional comprometida y luchadora como ella a experimentar esa horrible sensación de invisibilidad?
Hace tiempo escribí sobre la soledad del profesor, por desgracia más habitual de lo que parece en muchos centros educativos, pero me resulta de una dureza extrema imaginar cómo se puede sentir alguien que se percibe invisible en un claustro con más de cien profesores y más de mil alumnos.
Algo se está haciendo muy mal en el ámbito educativo cuando pedimos a nuestros profesores que eduquen al alumnado en valores, fomenten el trabajo cooperativo, animen a la participación, les enseñen a ser autónomos y solidarios, les ayuden a expresar emociones y sentimientos y, al tiempo, creamos estructuras organizativas y favorecemos condiciones laborales que les condenan a ellos mismos a la soledad o la invisibilidad. No es fácil enseñar lo que no se conoce, lo que no se practica, lo que no se vive, o aquello en lo que no se cree.
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