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Teniendo en cuenta que vivo en la Comunidad Valenciana, cuna de  lo inexplicable, absurdo y   extraordinario en lo que a decisiones políticas se refiere, pensaba que nada podría sorprenderme, pero estaba equivocado.

Leo, sin salir de mi asombro, que el presidente del congreso, el socialista José Bono, ha impulsado una iniciativa para homenajear a la monja carmelita sor Maravillas, a la que se recordará con una placa en el propio congreso de los diputados.

Los méritos de la monja para merecer este alto honor son al parecer muchos, por más que a mi me de la risa floja cuando los escucho: sufrió amenazas de las tropas republicanas, se colgaba de la melena a una viga para sufrir, dormía vestida en el suelo, pedía que se la despreciara y se la humillara, se castigaba a sí misma, ¿resucitó? a un niño que parecía haberse ahogado, y el mejor de todos, cuando murió olía a nardos.

Esta relación de hechos parece más bien un manual para masoquistas. ¿Es eso lo que hay que hacer para conseguir ser santo y merecer los honores de la institución que representa a todo el pueblo español?

José Bono nos tiene acostumbrados a salidas de tono importantes, y a coqueteos excesivos con el sector de la iglesia que menos la representa, aunque sea quien la dirige. Debería centrarse un poco en el trabajo que se le ha encomendado, evitar el protagonismo que tanto le gusta, y dejar de dar que hablar.

Voto porque sor Maravillas sea homenajeada por quienes deseen hacerlo en los lugares de culto católico , y no en las instituciones públicas de un estado aconfesional. Hay quienes sabemos mucho de amenazas, desprecio y humillaciones, infligidas a menudo por quienes predican y no practican el amor al prójimo. No pedimos que se nos beatifique, pero que tampoco se nos ultraje de semejante manera.